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Comparto las respuestas a un parcial domiciliario con temática libre y que me re copó como quedó, además saqué 10 (? 

 

Nudos que enlazan preguntas:

 En el presente escrito se eligió tratar la discriminación que reciben las identidades que quedan por fuera de la cis-heteronorma, las dificultades para abordarla y, finalmente, se propondrán algunas ideas que de ninguna pretenden ser una solución, sino más bien lo que se busca es habilitar un espacio de trabajo necesario que permita construir saberes desde otro lugar. El interés por este tema surgió principalmente a partir de una situación vivida por quien escribe durante una clase teórica de la Facultad de Psicología de la UBA. A modo de resumen, la docente a cargo comentó, a propósito de un texto de cátedra que trataba la constitución de la identidad de una persona, el conocido caso de Lulú, la niña que logró ser la primera en el mundo en recibir un DNI que reconociera su identidad de género. Dicho logro implicó un camino largo y difícil, pasando desde problemas familiares hasta profesionales que diagnosticaron todo tipo de “trastornos”, una verdadera lucha política por el derecho a existir y recibir un nombre que abarcara dicha existencia, en definitiva, la niña y su madre dieron una pelea tan grande como conmovedora por una vida que valga la pena vivir. Por lo nombrado anteriormente, es que se entiende que las palabras de la docente vibraron en una sintonía por lo menos extraña: no solo expresó su disconformidad con la “resolución del caso”, sino también dio algunos datos erróneos, por ejemplo, que la niña sería operada por obligación de su madre . En este punto surge una pregunta desde la comodidad del sentido común establecido, lugar seguro si los hay, ¿por qué no hubo alguna intervención que interpele los dichos de aquella profesora? Pero ¿realmente una clase de la Facultad de Psicología de la UBA es un lugar abierto a los cuestionamientos? Nuevamente el sentido común dice que si, “la universidad es un lugar al que se va a estudiar” por lo que un estudiante puede y debe participar y evacuar sus dudas. Analizando un poco más allá de la superficie del sentido común encontramos que esto no es así, que un cuestionamiento a las afirmaciones esgrimidas por alguien desde alguna teoría, pueden ser tomados como un ataque personal y hasta puede ponerse en juego la nota del desafortunado estudiante, abundan ejemplos en los grupos de Facebook de diversas materias de la facultad. En primer lugar, una persona que en su rol de docente habla con un micrófono delante de más de 70 personas en rol de estudiantes, sin dudas una práctica de transmisión que dista de ser un espacio de intercambio y construcción de conocimiento y se acerca a una bajada de línea de “desconocimiento, modos de analizar que aplastan el deseo, modos de enseñar que apelan al rito religioso y al adoctrinamiento fascinador”. En este mismo sentido, cuando se habla de Lulú como un caso de Psicosis Infantil, ¿qué implica dicho diagnóstico? ¿Acaso es una forma de invalidar la subjetividad de una persona?  Porque no hay que olvidar que no es un debate sobre un objeto, se trata nada más y nada menos que de una persona. Quizá al hablar de niña se tiene la idea de que es un objeto de intervención y de tutela, no sólo ignorando Leyes (por ejemplo, la Ley 26.061 y el Código Civil y Comercial), sino olvidando que, en el camino de la férrea pelea por defender ciertas ideas teóricas, se está aplastando la subjetividad y el deseo de una niña-persona con el peso del prejuicio, el negacionismo y la hipocresía. Prejuicios y desconocimiento de qué implica una identidad por ¿fuera de la norma? ¿Por qué es necesario recordar que hay una norma y que hay algo que está por fuera? ¿Qué implica estar adentro y estar afuera? ¿Quién decide? ¿Por qué? Negación de la diferencia, pero con la suficiente hipocresía para hablar de dicha diferencia desde el lugar del saber autorizado a patologizar todo aquello que se corra de lo que ese mismo saber estableció como parámetro de lo normal.

De acuerdo con lo desarrollado previamente, ¿no se puede hacer nada? Una primera respuesta casi intuitiva es que si, se puede hacer algo. Por ejemplo, que las identidades diversas participen en la construcción del conocimiento, y convertir la transmisión de dicho conocimiento: de clases magistrales a charlas-debates, en donde la palabra pueda circular y multiplicar sentidos, miradas y sensibilidades. En este sentido, las profesiones Psi tendrían que correrse del lugar de “saber establecido” para permitir dicha construcción colectiva. Por otro lado, las ya mencionadas charlas-debates, ¿tendrían que realizarse en un aula magna? ¿Si la clase no se dicta en el edificio de la facultad, pierde su carácter universitario? ¿Dónde se mueven las identidades trans, es decir, qué espacios ocupan? Dichos espacios, ¿permiten la realización de clases, charlas, debates? Nudo de preguntas que entraman historias de vida, luchas y, seguramente, algunas miserias. Sin embargo, explorar diversas respuestas puede crear condiciones de posibilidad en múltiples sentidos, sin dudas uno de los más destacables es el devolverle la voz a aquellxs que resisten la censura de su existencia. Finalmente, la intuición inicial de que algo podría hacerse no sólo resultó ser cierta, sino que, además, ese algo por hacer significa muchísimo para quienes son expulsados a sobrevivir en el mejor de los casos, y muchas veces, a morir en los márgenes oscuros de una sociedad que normaliza que esto ocurra.

 

(Des)enlaces que anudan nuevos interrogantes: 

“Cuidar la palabra, cuidar la vida”, sintagma del cual se desprenden nudos de incógnitas: ¿Qué significa cuidar la vida? ¿Qué vida hay que cuidar? ¿Quién ejerce dicho cuidado? Y finalmente, ¿qué significancias adquiere “la vida” como categoría universal a cuidar? Si se toma la pandemia como punto de partida, se encontrarán una serie repetida hasta el hartazgo: protocolos, barbijos, mascarillas, alcohol y distanciamiento, como si el cuidado dependiera solo de que el individuo haga uso de elementos externos sanitizantes. Pero ¿no sería esto un reduccionismo biologicista? Las identidades que salen a “trabajar la noche”, ¿pueden aplicar protocolos, distanciamientos y mascarillas? ¿Y los cartoneros? ¿Acaso los trabajadores esenciales que estuvieron y siguen estando expuestos durante la emergencia sanitaria, sienten que están cuidando su vida? Se suma una nueva pregunta al nudo abierto de incógnitas: ¿Todos tenemos el mismo acceso a los ya mencionados protocolos y elementos externos sanitizantes? ¿Todos? ¿La diversidad se sentirá representada en ese “todos”, o se sentirá atrapada en una palabra que lxs nombra negando su existencia? En este punto, se vuelve necesario mencionar situaciones que al parecer fueron elevadas desde la profundidad de la indiferencia hacia la superficie de la hipocresía: violencia doméstica, planes sociales e indigencia. Palabras que anudan ideas tan antiguas pero que aún se pueden escuchar en la radio o en la televisión: la violencia contra la mujer se da en los hogares y porque “algo habrá hecho para enojar al marido”, los planes sociales aumentan porque “la gente es vaga y no quiere trabajar” y “la gente vive en la calle (y se muere de frío) porque no quiere ir a un parador”. Ideas que se adhieren con la fuerza del sentido común y que provocan efectos devastadores en la realidad de las identidades afectadas. Retomando el sintagma inicial, “cuidar la palabra” implicaría decidir políticamente términos diferentes: violencia por motivos de género, falta de políticas públicas que garanticen el acceso al empleo y la vivienda. Pero ¿una vida digna significa contar con empleo, vivienda y de vez en cuando, algún taller contra la violencia de género?

 En la conferencia a cargo de Marcelo Percia “Arriba que la vida sigue” (Esquirlas 10), una frase llama la atención por capturar de manera casi concreta la situación actual: “En tiempos de pandemia, se vive el día a día, sin saber hasta cuándo”. La incertidumbre aplasta subjetividades deseantes como llamaradas que consumen hectáreas de bosques. Nudos de incógnitas que no llegan a capturar los dolores (que abundan) y circulan: ¿Podré mantener mi trabajo? ¿Cuánto voy a cobrar si lo cierran? ¿Cuándo podré ver a mis familiares y amigxs? ¿Cómo hago para pagar las cuentas que siguen llegando? ¿Qué pasa si me para la policía sin el permiso de circulación? ¿Si junto cartones, vendo tortillas o pido monedas, también me corresponde pedir permiso? Enfermerxs que ni siquiera son tenidxs en cuenta como profesionales de la salud, ponen en juego su vida todos los días por cuidar la de los demás. Insumos que faltan, hospitales que se caen, camas que se ocupan y vacían con el dolor de una ausencia que se suma a la estadística del día. Mujeres que “aparecen muertas”, identidades trans-diversas que desaparecen ante la indiferencia de los demás. Universidades que callan, silencian, censuran y organizan Zooms que buscan imitar las clases presenciales. Preguntas que siguen pulsando: ¿La universidad es el edificio? ¿Es ajena a lo que acontece en el exterior? ¿Cómo se trabaja en la universidad lo que sucede en el exterior a ella? ¿Acaso las historias, sentires y malestares de alumnxs, docentes y trabajadores, quedan en la puerta de la Facultad porque son exteriores a ella? ¿Existe un interior y un exterior a la universidad? Continuando con el tono crítico del primer apartado del presente escrito, se ensaya una posible respuesta: es necesario trabajar en clase lo que ocurre por fuera de ella ya que “los Huecos que desnombran ejercen modos solapados de Desaparición” (Rolón, 2020). En este sentido, una vez más se vuelve a la idea de cuidar las palabras que nos hablan: no hablar del niño psicótico que fue obligado a operarse por un deseo de su madre, sino, dar lugar a la subjetividad de esa niña-persona y hablar de su identidad respetando su sentir, es decir, nombrarla como lo que es: una niña. Por lo tanto, no alcanza con hacer una clase teórica repitiendo como mantra los protocolos oficiales para cuidar(nos) la salud: barbijo, distanciamiento y alcohol en gel. ¿Qué lugar le cabe a la Salud Mental en todo esto? Nuevamente un punto que vuelve a una pregunta anterior: ¿cuidar la vida es atender al riesgo biológico? ¿Y el riesgo emocional? ¿Y las subjetividades que sufren al ver aplastados sus sueños y sus deseos? Cuidar la salud se parece más a un morir-en-vida-sobreviviendo como se pueda. ¿Por qué no invitar a recuperados de COVID, profesionales de la salud a que cuenten sus historias silenciadas por medios que miran para otro lado? ¿Por qué no preguntarles qué estrategias de afrontamiento están sobrellevando para soportar el día a día? ¿Por qué la salud mental parece más un eslogan presidencial que solo cobró fuerza cuando una docente de la Facultad fue nombrada asesora? ¿Antes no era importante la Salud Mental? ¿Cómo nos implica a estudiantes y docentes la falta de recursos y de interés por parte de las autoridades respecto de la Salud Mental? ¿Qué estrategias se pueden llevar a cabo para comenzar a revertir dicha situación? ¿Tenemos el poder para hacerlo? Como el poder no es algo que se tenga en el bolsillo, surge una convicción política: tenemos la responsabilidad de hacer algo, porque, hacer algo puede significar muchísimo.

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