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La salud agoniza


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¡Buenas queridos lectores de esta sección! 

Encontré un texto de la Red de Psicólogos Especializados en Catástrofes Argentina que me pareció muy interesante. Si bien tiene un fuerte sesgo psicoanalítico, acuerdo con la autora en términos generales: la salud mental pareciera no tener el lugar que necesita en la respuesta estatal a la pandemia. Es entendible que la prioridad es el bienestar biológico-corporal porque de lo contrario no hay subjetividad posible, pero no hay que olvidar que quienes trabajan en la primera línea luchando contra la pandemia no dejan de ser personas, al igual que los enfermos y sus familiares. En mi opinión, es necesario encarar una política pública que brinde la contención psicológica y emocional que la situación amerita y esto es algo que lamentablemente no está pasando. La salud no refiere únicamente al bienestar físico, sino también al bienestar mental y social. Como dije antes, no adhiero al psicoanálisis pero me parece que esto supera cualquier disputa teórica, la salud de la gente amerita un trabajo interdisciplinario y un estado que garantice los recursos necesarios. Sin dar más vueltas, dejo el texto para el que le interese:

Spoiler

La salud mental agoniza, trastabilla, no con obstáculos microscópicos que produce el Covid-19 que nos amenaza con la finitud y la muerte; lo hace con el ninguneo de su necesidad, con la ausencia de un estado que se vio superado frente al incidente crítico, que excedió cualquier recurso capaz de amparar al pueblo, de proteger a los profesionales,  de dar un lugar que los habilite dando espacio a su idoneidad y formación para poder hacer ejercicio de sus profesiones olvidando que detrás de cada médico, enfermero, psicólogo y de todo equipo había y hay  “humanos” y también “pueblo”.

La salud mental, intenta respirar dando lentas bocanadas de aire, con espasmos dolorosos que desfallecen ante el ninguneo, y el desconocimiento de su necesidad, de su lugar dentro de la “salud” ; convulsiona con un código de ética que demanda que los “Psicólogos” asistan en tiempo de pandemia; pero con colegios y grupos hipócritas, que hacen caso omiso  al resguardo de la labor; que olvidan aun desconociendo su propias líneas, que la formación es crucial y  hace al ejercicio del profesional idóneo. Obvia lo necesaria que es la especialización, para trabajar con otro padeciente; cae al fondo del letargo del que solo recibe asistencia cuando se piensa tras de ella un posible lucro, o una posibilidad de sacar algún rédito ególatra, sin importar el precio a pagar si sirve a los fines, si da visibilidad.

Mientras el tiempo avanza, voluntarios, colegas, futuros colegas, e intervinientes de todo el país nos seguimos abrazando con fuerza, aferrándonos como podemos, como se puede a la profesión y al servicio pero por sobre todo a “ese otro” que hoy no puede más, que araña lo poco que puede, que deja todo y se expone, que pone sapiencia, cuerpo, corazón y toda la estabilidad que puede y le resta en pos del cuidado de lo que sabemos y conocemos como salud. Salud mental.

La Pandemia como escenario Catastrófico, trajo aparejado con su llegada muertes reales por contagio del virus, y muertes simbólicas al excluir de todo lugar posible el cuidado de la Salud mental; ¿Cuántas formas de matar a alguien existen? Muchas más, de las posibilidades de finitud biológica:

●         Matamos a alguien cuando lo exponemos a trabajar en contexto de riesgo laboral sin equipos que los protejan; pabellones de servicios penitenciarios, servicios de salud mental enteros, asistencia en barrios sin los equipos de bioseguridad.

●         Matamos a alguien, cuando lo sometemos a jornadas extremas sin posibilidad de descanso, bajo la “amenaza” de dejarlo “cesante” “separado” del cargo por desacato.

●         Matamos a alguien, cuando ninguneamos la idoneidad, cuando hacemos oídos sordos a nuestras limitaciones, y anteponemos nuestro propio beneficio al de los posibles afectados.

●         Matamos a alguien, impidiéndole trabajar, negándole el acceso a sus puestos de trabajo sin alternativa de solución, dando con esto espacio al hambre, a la incertidumbre, y al abandono del laburante que por años se quemó las pestañas formándose para el ejercicio.

●         Matamos a alguien, cuando permitimos que las obras sociales descrean la necesidad del trabajo, el pago de los servicios prestados, y se resta el valor de la labor por adaptarse al escenario; adaptándose a las circunstancias a pesar de que la incertidumbre nos coma los huesos.

●         Matamos a alguien cuando le pedimos se inmole por servicio, descartando el valor de la vida y de su profesión en aras de una exposición extrema al ambiente hostil.

●         Matamos a alguien, cuando le arrebatamos la vía de acceso directo a sus ingresos, y no hacemos algo para que tenga ingresos dignos por una tarea realizada, excluyéndolo de acceso a posibilidades que al resto del pueblo si se conceden.

Pero por sobre todas las cosas, “matamos a alguien” cuando somos cómplices, y aguardamos en silencio y pasividad, donde nos limitamos a expiar culpas y relegar en otros responsabilidades; sin dar posibilidad a la palabra, sin dar circulación pública exponiendo la hipocresía organizada que desplaza y aplasta olvidándose de todo.

El covid-19 exigió para su afrontamiento respuesta inmediata del sistema sanitario, la estabilización de los infectados y la priorización de lo biológico antes que lo psíquico en un discurso que se instauró y repitió como una constante, es entendible la priorización de la estabilización médica, pero ¿es invisible la importancia de la salud mental en la vía de cuidado y factor de la salud física?

Detrás de cada enfermo un cuerpo médico, detrás de cada nosocomio un equipo de salud mental que fue vapuleado: capacitaciones de los que se excluyó a psicólogos, cuidados estructurales que llegaron por videos, requerimientos de ultima hora, y equipos enteros quemados, sin recursos en los cuales recayó toda demanda de respuesta; rápida ágil, “a la altura”.

Detrás de cada enfermo, una familia esperando con gran angustia por las novedades

en el mejor de los casos, cuando el sistema defensivo responde y el afectado puede

dar batalla al virus.El letargo tras el coma, que no solo corta la consciencia del “enfermo infectado” si no que arrebata a los familiares cualquier tipo de nexo que alimenta la esperanza de  “un volver” que se tiñe de una inmensa incertidumbre expectante de ver salir, de un abrazo al llegar.

¿Y detrás de los equipos? El silencio, el vacío, la demanda cosificando, robotizando al otro, a toda subjetividad, descansos inexistentes, corredores sanitarios imposibles, trajes protectores hechos con bolsas de basura y planchita, videos y jornadas al rescate, ingresos económicos cayendo, costos de equipos para “estar cuidados” taladrando los bolsillos de los profesionales sin una cuota de piedad o posible oxigenación por parte del estado.

Voluntariados, cayendo por el temor, por la falta de infraestructura que acompañe, trascendiendo cualquier tipo de delimitación por la poca accesibilidad de alguien que sostenga, que intervenga y que acompañe la “vivencia de privación” que el aislamiento fue despertando.

Un pueblo que creyó enloquecer, en una situación inesperada con un sin fin de respuestas esperables para la situación que no lo era, con factores concomitantes que proyectaron lentamente nuevas crisis y avatares cotidianos que pusieron en  jacke a toda la población.

Colegas luchando con pacientes en crisis, obras sociales comunicando no cubrir atención remota, hambre, desesperanza, crisis, temor, incertidumbre….

      Y en todo esto, el rescate, la asistencia, los lazos, la esperanza en recursos y nexos, en posibilidades hechas lucha, notas, cartas, llamadas, líneas de escucha, firmas y pedido de visibilidad incansables. La salud mental agoniza, la emergencia sanitaria exige interdisciplina, idoneidad, respeto, y como nunca demostró el amor por los campos que salían con nuestros limitados recursos a ofrecer todo, y mucho más.

El escenario es catastrófico, los recursos son limitados, el virus del pánico que acompañó el escenario de la pandemia, y el daño social extremo, mientras los números en nuestro país crecen día a día ; el número de muertes simbólicas, y el aumento de los cuadros exacerbados por el aislamiento  nos recuerda, que el estrés sostenido en el tiempo era un punto del que estar atentos, que el distanciamiento físico  en seres sociales tiene consecuencias y costos que resienten nuestra cotidianidad, que la incertidumbre del mañana también enferma, y que todo profesional es una persona con una valía que eligió ser quien es por amor a un campo, donde hoy el ejercicio lo expone, y enfrenta a quedar de lado sin posibilidades.

Según la O.M.S  hablar de salud, es habilitarse a pensar en ella como el estado completo de bienestar, físico, mental y social, y no solo la ausencia de las enfermedades, me pregunto si realmente estamos pensando en ella al hablar hoy en el escenario de Pandemia.

 La pandemia nos ha llenado de muchas preguntas, quizás algunas reflexiones, tal vez todo punto reflexivo nos lleve a pensar como fuimos poniendo en juego a los intervinientes y profesionales, en esta lotería de ganarle al Covid-19 donde se nos exige ganar-ganar sin pensar en los costos y riesgos que demanda alcanzar una posible meta que nos permita continuar.

Lic. En Psicología Kasten D. Carla Agostina

 

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