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CAMILA SOSA VILLADA - LAS MALAS


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LAS MALAS

Prólogo: 

Spoiler

A los cuatro años, cuando Camila Sosa Villada era todavía
Cristian Omar, aprendió a escribir su nombre completo, pero se
negaba a hacer pis de parado. Su padre pasó del orgullo a la furia y
le ofreció ahí mismo un panorama instantáneo de lo que tendría que
enfrentar el resto de su vida: vergüenza, miedo, intolerancia,
desprecio e incomprensión, si no se doblegaba al mandato paterno,
al mandato cultural. La futura Camila no se doblegó precisamente y
comenzaron los castigos, las horas encerrada en su cuarto, el
extraordinario proceso que empezó a ocurrir ahí adentro. «Mi papá y
mi mamá siempre supieron lo que hacía en ese encierro: escribir y
vestirme de mujer. Eso los expulsó de mi mundo y a mí me salvó de
su odio: mi romance conmigo misma, mi mujer prohibida».

Lo primero que conocí de Camila Sosa Villada fue una charla
TEDx que dio en Córdoba, trece minutos extraordinarios que
empezaban con un pronóstico brutal que le hizo su papá: «Un día
van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron
muerta, tirada en una zanja». Ese era el único destino posible para
un varón que se vestía de mujer: prostituirse y terminar en una
zanja. El resto de aquella charla de Camila era sobre las travestis de
la legendaria zona roja del Parque Sarmiento, en Córdoba Capital, a
las que fue a espiar una noche, muerta de miedo, recién llegada de
su pueblo para estudiar periodismo en la universidad. Esas travestis
que la vieron tan tiernita y vulnerable, que la adoptaron esa misma
noche. Con ellas, dice Camila, «aprendí cuánto valía mi cuerpo y
cuál era el precio que debía ponerle. Con ellas aprendí a
defenderme y a mirar dos veces a una persona antes de emitir un
juicio. Yo no estaría acá, hoy, si ellas no me hubieran defendido de
policías y clientes de mierda. Estaría en una zanja, seguramente».

Cuando llegó de su pueblo a la capital a los dieciocho, Camila
cursaba de día la facultad, trabajaba de noche en el Parque 

Sarmiento y escribía un blog llamado La novia de Sandro. Escribía a
mano el blog, en la parte de atrás de los apuntes de la facultad, al
llegar de madrugada a su cuarto de pensión, y después iba a un
cyber y lo tipeaba. Un día descubrió los talleres de teatro que había
en la universidad. Poco después abandonó Comunicación Social y
se sumergió en la actuación. El día en que empezó su carrera como
actriz borró entero el blog, para ocultar ese pasado.

Permítanme volver un instante a los tiempos de Mina Clavero.
Cuando tenía trece años, Cristian Omar escribió una historia de
amor sobre su profesor de gimnasia. La escribió en femenino, se
bautizó a sí misma Soledad y se la mostró a su única confidente en
el mundo, una compañerita de grado, que por supuesto la traicionó y
fue con los papeles a la dirección del colegio. El castigo fue un mes
de encierro, y por supuesto la destrucción de la historia. Por esa
misma época descubrió que su madre y su padre se escribían
cartas donde se decían cosas que jamás se habrían dicho
mirándose a los ojos. Las descubrió pero no pudo leerlas: su madre
las quemó antes.

Con aquel blog pasó exactamente lo contrario. Un fan anónimo lo
había copiado, antes de que ella lo borrara. Y cuando Camila ya
había tenido sus papeles consagratorios en la película Mía, la
miniserie La viuda de Rafael y el unipersonal Carnes Tolendas, se lo
mandó por mail. Camila se sentó a leerlo y de golpe vio su pasado
desde otra perspectiva, desde el otro lado del telescopio. «Cuando
empecé a travestirme me daba vergüenza mi barba áspera, mi nariz
torcida, mis dientes chuecos. Me daba vergüenza tener que
hacerme tetas con las esquinas de un colchón. Me daba vergüenza
mi falta de estudio, mi falta de mundo, mi torpeza para expresarme.
Incluso mis virtudes me daban vergüenza, porque habían nacido de
mis errores, de mis carencias». Ahora, en cambio, lo que veía en los
textos de ese blog era la actitud inquebrantable, revolucionaria,
ejemplar, de esa hermandad de travestis mal miradas, mal queridas,
mal tratadas, mal pagadas, mal juzgadas, mal habladas.

Ese fue el origen de este libro, esa es la alquimia que ocurre en
sus páginas: la transformación de la vergüenza, el miedo, la
intolerancia, el desprecio y la incomprensión, en alta prosa. Porque
Las malas es un relato de infancia y un rito de iniciación, un cuento

de hadas y de terror, un retrato de grupo, un manifiesto político, una
memoria explosiva, una visita guiada a la fulgurante imaginación de
su autora y una crónica distinta de todas, que viene a polinizar la
literatura. En su adn convergen las dos facetas del mundo trans que
más repelen y aterran a la buena sociedad: la furia travesti y la fiesta
de ser travesti. Y en su voz literaria conviven las tres partes de la
santísima trinidad de Camila: la parte Marguerite Duras, la parte
Wislawa Szymborska y la parte Carson McCullers. La apropiación
de Lorca y Jean Cocteau que Camila hizo en el escenario vuelve a
suceder en estas páginas con lo que supo mamar de la Duras,
Wislawa y Carson, sin perder en ningún momento esa tonada
cordobesa esencial que tiene. Para decirlo francamente, Las malas
es esa clase de libro que, en cuanto terminamos de leer, queremos
que lo lea el mundo entero.

«Tuve que inventarme mis propios papeles porque nadie había
pensado en roles para travestis como yo», dijo alguna vez Camila.
«Mi primer acto oficial de travestismo fue escribir, antes de salir a la
calle vestida de mujer», dijo en otra oportunidad. «Yo quiero mostrar
el cuerpo de una travesti desvestido, no el que se ve en la
pornografía, para que se entienda hasta qué punto en mi existencia
todo es una gran contradicción y convivencia», le oí decir hace
poco. Pero mi frase favorita de todas las suyas es: «¿Pensaron
alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?».
En el final tremendo de aquella charla TEDx, Camila decía que
había aceptado darla por una sola razón: la necesidad de pedir
disculpas a aquella hermandad de travestis. Porque nunca las
buscó, y no las vio nunca más cuando dejó la prostitución, años
después, cuando volvió a leer aquel blog que creía borrado para
siempre, ya era tarde para encontrarlas. La vida travesti: un año de
ellas equivale a siete años «normales». En un mundo «normal», en
un mundo de mierda, Camila y sus hermanas no tendrían la menor
chance de encontrarse otra vez. Pero acá, en Las malas, logra
reunirlas a todas, en su más absoluto esplendor y estremecedora
desnudez, y cuando las tiene a todas abrazadas les dice:
«¿Pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan
concreta?».

JUAN FORN

 

 

 

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